
Raitanes de Mestres por Hernan Piniella
Fotografía de la manifestación de piloñeses en el frente del ayuntamiento poco antes de desencadenarse la tragedia aquel 30 de abril de 1903.
Tanto va el cántaro a la fuente que termina por quebrarse.
En la viciada democracia monárquica de principios del siglo XX, sobreabundaba el caciquismo, un mangoneo y manipulación de las elecciones, que hasta se habían puesto de acuerdo liberales y conservadores para ir alternándose como diputados de uno y otro signo.
Todo ello a espaldas del pueblo y ninguneando los resultados de los comicios, casi siempre de un margen tan ajustado que las buenas gentes ni sospechaban el amaño y la burla que de ellos se hacía por parte de aquellos sinvergüenzas políticos manipuladores de la voluntad de la gente.
En Piloña, que abarcaba en jurisdicción de distrito electoral, los vecinos concejos de Parres, Cangas de Onís, Ponga y Amieva, presentabanse aquella primavera de 1903, Don José Ramón Gómez Arroyo del partido conservador y Don Manuel Uría del partido liberal.
Le tocaba mandar al conservador por aquello del pacto de alternancia, sin embargo las urnas le fueron adversas por muchísima diferencia, lo cual no fue óbice para que se manipulasen las actas, de manera tan inepta que en Ponga le dieron el 98% de los sufragios, en Amieva el 89% y En Cangas el 80%.
Este insulto a la inteligencia del pueblo fue demasiado ultrajante y ante todo aquel mangoneo convocose una manifestación espontánea de Piloñeses, ante el edificio del ayuntamiento el día en que habían de leerse los escrutinios por el Juez electoral venido de Luarca, Don Miguel de Entrambasaguas.
Pero entre aquellas aguas revueltas había demasiada turbulencia y de la calle llegabanse los gritos de: “Muera Gómez,” “Viva Uría,” o el muy coreado: “Abajo el caciquismo,” en clara alusión al descaro del cacique máximo de Asturias Don Alejandro Pidal, que se creía dueño y señor de los devenires y las gentes de este Concejo y de toda Asturias, no podía estar más equivocado.
Algo se figurarían que iba a pasar por los exaltados ánimos de un pueblo cansado de que se le ignorase su voz y el Gobernador civil de Asturias, de entonces miembro del partido conservador, el señor Pérez Moso, envió por si acaso un fuerte contingente de Guardias civiles, 35 de infantería y 15 a caballo, para reprimir cualquier algarada.
En esto de apaciguar los ánimos se estaba, cuando el padre del candidato conservador Gómez, acostumbrado a mangonear en todo lo que a Piloña se refiriera, asomose al balcón del ayuntamiento e insultó a los que afuera daban voces contra su hijo y contra el caciquismo que él mismo tan bien representaba, la respuesta fue una lluvia de piedras con diversa precisión, ninguna alcanzo al provocador, si que cayeron algunos cristales, pero no hubo heridos.
El capitán de la guardia civil Don Marcelino Alonso le pidió al candidato Don Manuel Uría que tratase de apaciguar los ánimos llamando a sus correligionarios a la calma, cuando un individuo apodado “El practicante” disparó tres veces contra la guardia civil, alcanzo a un miembro de la benemérita en una pierna.
En tanto en previsión de una más que posible carga de los guardias, entre los manifestantes y ellos se habían colocado como escudo protector las mujeres de Piloña que allí se encontraban, en la ilusa creencia que a ellas las respetarían los guardias y un adecuado uso correcto de la razón.
No hubo tal cosa, de la garganta del capitán surgió el inconsciente grito de:
-“A la carga”
Una lluvia de fuego cubrió la mañana de Infiestu, algunos quisieron huir escalinatas arriba buscando la protección de la calle San Antonio. Aun la iglesia era un proyecto sin iniciarse, otros se refugiaron hacia La Colegiata, y calle Covadonga atrás retrocedieron una porción de manifestantes buscando salvador cobijo en los portales de las casas, los más desafortunados quedaron atrapados ante la Casa de Llamazares y la escalinata.
Fueron diez minutos de fuego a discreción, que sembraron el suelo de Piloña de vecinos indignados. Sobre los que huían escalinatas arriba se practicó un inmisericorde ejercicio de Tiro al Piloñes.
Cuando regresó la cordura nueve muertos y más de un centenar de heridos de bala estaban por los suelos, los muertos en eterno silencio y los heridos lamentándose e implorando piedad. De los guardias civiles solo el herido de bala que desencadenó la injusta refriega y otros tres contusionados por pedradas en la cabeza fue todo su aporte al colectivo sufrimiento.
Se telegrafío a la capital y enviaron un tren a recoger los heridos, en él vendrían cuatro médicos, los doctores Armán, Clavería, Valdés y Terrero que pasarían toda aquella noche atendiendo los heridos en la cárcel de Infiestua donde habían sido llevados al igual que los muertos, expuestos para mayor escarnio con los ataúdes abiertos.
La noche fue lenta y dolorosa, a la mañana siguiente ya con el alba se llevaron los heridos a la estación en camillas y carros de bueyes y partiría aquel tren de la ignominia rumbo a Oviedo, a la altura de Lieres fallecería una de las heridas Doña María Martínez, de Melarde.
Los que murieron en las calles de Infiestu fueron:
- Doña Perfecta Díaz, de Cereceda, que había bajado ese día a vender verduras en Infiestu, muerta de un balazo al tratar de esconderse en el portal de la casa de Llamazares.
- Don Benigno Martín, de Villamayor, de un balazo en la cabeza.
- Don Manuel Conde Bermejo, de Moñes, presentaba tres balazos mortales.
- Don Manuel Elvira, de Argandenes, de un balazo.
- Don Francisco Pontón, de Borines, indiano de puerto Rico que se encontraba de visita, tomando un café, en la calle Covadonga ajeno a todo aquello, la bala le rompió la taza y la boca, resultando muerto en el acto.
- Don Fulgencio Pérez, de Biedes, de un balazo
- Don Ángel Artidiello, de Melarde, dos heridas mortales de bala.
Todos ellos fueron muertos entre la Calle Covadonga, la casa de Llamazares y la escalinata que subía a la calle San Antonio.
Heridos gravísimos resultaron:
- Doña Josefa Vena, de Biedes, esposa de Fulgencio Pérez, muerto en la escalinata.
- Don Ulpiano Fabián Costales, de Miyares, recibió cuatro balazos en la puerta de Llamazares al ir a socorrer a su padre herido.
- Don Faustino Iglesias, de Villamayor, fallecería al siguiente día en el Hospital de Oviedo.
- Doña Dolores Rosete, de Valle, tres balazos.
- Don Jacinto Peláez, de Melendreras.
- Don José Cofiño, de Miyares, un balazo en la cabeza de difícil solución.
- Don Prudencio Pérez, de Mures.
- Don Jesús Crespo, de Mures.
- Don Manuel Pérez Alonso, de Anayo.
- Don Eduardo Aladro, de Bierces.
- Don Manuel Sánchez, de Lozana.
Los guardias civiles que resultaron heridos leves de poca consideración según el parte facultativo fueron.
- Don Sebastián Martínez Iglesias, un balazo en la pierna derecha.
- Don José González Castaño, contusión causada por una pedrada en la cabeza.
- Don Florentino Olea Fraile, herida contusa en la frente por una pedrada.
- También herido de una pedrada resulto el teniente Martínez.
Aparte se contabilizaron poco más de cien heridos de bala de carácter leve y algunos que no quisieron recibir asistencia médica, por temor a futuras represalias, se cree que alguno falleció a consecuencias de las heridas.
En total se efectuaron en diez minutos 270 disparos al hacer conteo de la munición gastada, disparos sobre una población en desbandada y sin armas, pese a lo cual la justicia militar consideró que se había dado una respuesta ajustada al agravio recibido. En las paredes de la escalinata y casas colindantes permanecieron mucho tiempo las heridas de las balas, en los días que se sucedieron a los hechos muchos curiosos se acercaron a Infiestu a ver los restos y las marcas de todo aquella barbarie injustificada.
Hubo detenciones masivas, hubo consejo de guerra, hubo demasiado dolor gratuito, porque Piloña y España siguieron siendo mangoneadas por los vendedores de humo, de uno y otro ideal, de uno y otro signo político, que en definitiva se resumen todas sus proclamas en la extensa capacidad que tienen para vender a su madre por una cuota de poder.